jueves, 9 de septiembre de 2010

Dios y la aspirina

Leí hace tiempo una entrevista a una científica en la contraportada de "El Mundo" en la que se destacaba la siguiente frase: "Prefiero una aspirina a Dios". Creo recordar que esto lo contestaba a raíz de una pregunta en el que el periodista le citaba a Woody Allen, quien decía algo así como "entre Dios y el aire acondicionado me quedo con el aire".
Esto me hizo recordar a Jean Guitton y a un fragmento de esa conversación ficticia que mantiene con Blaise Pascal antes de su muerte (véase "Mi testamento filosófico" Ed. Encuentro):
-"Richeleu tenía miñagras. Rezaba a Dios para que le liberara del dolor. ¿Cree usted que rezaría por otra cosa?
-Lo espero por su bien.
-Yo también, Pascal. Pero supongamos como hipótesis que sólo hubiera rezado por eso. ¿Qué idea podría tener sobre Dios?
-Supongo que la de una aspirina celestial. ¿Qué tiene que ver esto con la indiferencia religiosa?
-Invente una aspirina y Richeleu dejará de rezar".

A veces nos olvidamos de que la incredulidad posee sus propias formas de expresión.
El ateísmo de hoy en día no es el mismo que el del siglo XVII XVIII o XIX.
En nuestro tiempo asistimos a un ateísmo "in masse".
Ya no hay prácticamente disputas orales o escritas.
Se evita toda discusión como por acuerdo tácito.
La incredulidad abierta contemporánea es dificil de comprender. Carece de "seriedad", de responsabilidad (si se quiere).
Las manifestaciones anticristianas (sobretodo anticatólicas) responden en el fondo a un cliché patético y, como no, masivo de un rebaño rancio y apolillado que manifiesta sus críticas con un espíritu "pseudo transgresor".
Se usa a la Iglesia como chivo expiatorio en el sentido más "girardiano" posible (véase "El complejo antirromano" de Hans urs von Balthasar).
"El ateo de antaño quería no creer, el del XX puede no creer" como dice Karl Josef Hahn.
Hay que tener en cuenta que pertenecemos a una sociedad masiva, que es producto de una importante desideologización.
La existencia en esta "affluent society" relaja la tensión sobrenatural y suprapersonal del hombre, que se ve incitado a perderse en el consumo febril para huir de sí mismo.
Dicho modo de vida actúa como narcótico ante las preguntas existenciales y, al fin y al cabo, ante la reflexión.
Y es que en el siglo XX resurgen fenómenos que parecían ya olvidados como el nomadismo.
Aparece el turismo como fenómeno sociológico.
El camping es un paraíso para los que quieren "desentenderse y despreocuparse de sus problemas" y disfrutar de encuentros tangenciales con otros seres igualmente despreocupados y ociosos. En este lugar se evita de manera perfecta un encuentro personal con el otro.
Un fenómeno parecido se da en el baile discotequero actual, donde no hay parejas, donde no hay (r)o(s)tros (Levinas). Todos y cada uno asisten a un pseudo ritual de apareamiento implícitamente acordado y en el que cada uno de los "machos" sólo observan cómo la "hembra" se contonea en medio de la pista consciente de estar recibiendo la mirada de unos cuantos varones que babosean y que, como mucho, se intentan acercar a la "presa" para arañar aunque sea un mísero roce con el tejido de su vestido de tres tallas menos.
Este hombre sólo aspira al aturdimiento en lo sensible.
El ser humano se diluye así en un mundo despersonalizado (no se olvide que el orgasmo es siempre abstracto, véase "Carne") un mundo en el que cree que no es preciso o necesario tomar decisiones, sin darse cuenta de que no tomar decisiones es ya una decisión.
Los imparables avances técnicos hacen pensar al hombre que puede dominar el mundo.
"Dios ya no es una hipótesis útil" dirá Huxley.
Pero hay algo paradójico y es que en ese dominio que ejercemos sobre el mundo, nos damos cuenta de que podemos terminar con todo (posibilidad de una guerra atómica, la amenaza del cambio climático...).
El ateísmo, se encuentra entonces en una "crisis de incredulidad" como lo llamó Heinemann.
Puede decirse que la "fe" en la ciencia sea la forma más explicita de esta incredulidad ("los platillos volantes son el paganismo de la modernidad". René Girard); pero ni la lucidez racionalista ni la idolatría a un Nietzsche son típicos en nuestro tiempo. Más bien se da una adormecedera indiferencia.
En resumen, actualmente, se da una permanencia en la vaporosidad vital que produce en el individuo un efecto anestesiante e hipnótico, y es que dicha sociedad produce una "estandarización" alarmante sobre las personas.
En un contexto en el que el único horizonte es "el más acá", debe ser recordado que el hombre es un ser que continuamente se trasciende a sí mismo , que todo lo puede preguntar, que una respuesta no es sino el comienzo de una nueva pregunta (Rahner); que sin perspectiva metafísica no puede volver sobre sí mismo, que el hombre se sobrepasa a sí mismo ilimitadamente (Pascal).
Al fin y al cabo en todo incrédulo se esconde un resto del "mysterium iniquitatis" que es totalmente imborrable en el ser humano y que un temazo de Guetta en medio de una pista no puede eliminar.

miércoles, 28 de julio de 2010

Cuestión

¿De qué gloria lleva el hombre, libre para ser libre, el resplandor anónimo?

domingo, 25 de julio de 2010

Pornografía

Hadjadj:
"La concupiscencia de los ojos implica una relajación del abrazo, una dispersión de lo íntimo, un troceamiento del cuerpo en puntos de vista sucesivos.
Lo que muestra la pornografía es cualquier cosa menos un acto carnal.
Los mismos actores han de dejar que circule la cámara y que brillen los focos:
Están obligados a abandonar lo táctil para entrar en lo visible.
Trabajan para desencarnarse.
Lo que les vuelve obscenos no es acostarse juntos, sino precisamente no hacerlo.
Porque en el acto de la carne, hablando con propiedad, no hay nada que ver.
La pornografía desespera de darnos a ver lo invisible y de abrazar una multitud.
Lo que le da su poder de fascinación es este platonismo interrumpido, a medias.
Se queda en el sentido que permite percibir la belleza (la vista), pero sin responder a su doble llamada, es decir, sin entrar en lo físico, ni tampoco elevarse más allá.
Se aparta igualmente del compromiso del abrazo y de la elevación de la visión".

lunes, 5 de julio de 2010

Carne IV

Hay otra situación:
La seducción.
Queda un pretencioso secreto. Un pequeño secreto.
Quiero convencer al otro (y a mí mismo) de que un día, tal vez, acabaremos jurando.
¿Por qué no?
Quiero que el otro lo crea. Quiero que se entregue a lo que nunca le daré (yo, en persona).
Quiero que me dé su carne (solo eso).
Siempre se liga (se "charla") de mala fe.
Yo porque pretendo anunciar un juramento y sólo busco una carne.
El otro (ella) porque lo sabe perfectamente. Finge no sospechar la mentira.
Ya no soy nadie. Llevo la máscara de la mentira. Soy una máscara que no esconde a nadie.
No nos engañemos. No se resucita siendo "valiente": "diciendo la verdad" al "partenaire" diciendo: "Se acabó" y pasando a poseer una ex (otra más).
Admito la mentira, pero no restablezco ninguna veracidad ni verdad.

Carne III

Gozar: unirse al otro por el otro mismo.
Usar: servirse del otro para uno mismo.
Con el otro (que se le ama) silencio. No hay nada que decir.
Sólo nos posibilitamos recíprocamente la huida del mundo convirtiéndonos en carnes.
El goce me desprende del mundo porque me compromete con el otro.
Pero hay una imposición, el deber de callar me impone hablar.
Hablarse para excitarse.
Salir de nosotros mismos (como carnes erotizadas) por las palabras (sobretodo por ellas).
Es para lo que sirven nuestras bocas cuando no se dedican a besar.
Pero el orgasmo no distingue. Se adecua a cualquier persona posible.
Indescriptibe e instantáneo. El goce es abstracto. Anónimo.
Dos preguntas:
"¿Goza el otro al mismo tiempo y con el mismo placer que yo?"
"Suponiendo que compartamos el orgasmo ¿alcanza para darnos acceso el uno al otro?"

Fuera de la reducción erótica, los amantes no sino simples "partenaires", vuelven a ser meros objetos, instrumentos que uso para excitarme la carne.
Nadie es indispensable desde el momento que la erotización NUNCA alcanza a la persona.
El otro me da mi carne y yo la suya pero el orgamos nos difumina uno en el otro.
No aparece nadie.
La erotización termina. Llega el horror: No se muere por ello.
No se muere de amor (este es el auténtico horror).
Sobrevivimos al final de la erotización. El amor no tiene rango absoluto.
¿Quién ha experimentado en pleno orgasmo que el otro es insustituible?
¿Quién dice que se experimenta allí su individualidad?
Yo no soy más que un "partenaire" más, sin nombre ni sentido. Como ELLA.

Carne II

Llega la contradicción: llega el orgasmo y es que el encuentro erótico, que debería no concluir nunca, tendrá que concluir necesariamente (lo que no es salir, sino encallarse).
Mi deseo no avanza más.
Ya no puede seguir, abandona, deja ir.
El otro me falta, pero con ello nada me deshabita.
La carne se retrae.
Pasado de repetición o pasado perimido, encallamiento (fracaso).
El orgasmo no es cumbre (de la cual se baja por niveles) sino acantilado (desemboca en el vacío).
¿Qué desaparece? ¿Pero me falta algo?
Ninguna cosa me falta, los dos nos encontramos como antes.
El mundo reaparace, como antes. ¿Qué desaparece? ¿Qué oculta esta RE-aparición?
Antes de la re-aparición se daba una reducción erótica en la cual recibía mi carne de la ajena y le daba al otro la suya.
El orgasmo hace desaparecer la carne y somos expulsados del "estado" de la reducción erótica, vuelven nuestros cuerpos físicos.
El mundo se re-apodera de nosotros, nos pone su uniforme y nos viste de piel.
Nos vestimos.
Nos avergonzamos.
Nos ocultamos.
Nos hemos convertido en cuerpos a pesar de nosotros.
Nos cubrimos, no queremos que perciban (ni percibir) la desaparición de nuestra carne.
Se ha perdido el acceso a otra carne.
Experimentar la no-resistencia de quien (se) siente sintiéndo(se).

La carne I

No hay carne en el mundo (el mundo se define justamente por su ausencia radical de carne), pero no hay mundo sin una carne que lo siente, la mía.
¿Qué siente una carne ajena sino que la siento y la siento sentirme? Cada cual siente el sentir de lo que siente la otra.
El mundo no me recibe como un mundo abierto, siempre empieza deteniéndome. El ser me hace finito según si finitud esencial. Me sostiene y me retiene. Necesito salir y evadirme de él ¿cómo? Entrando mi carne en contacto con otra carne, en y por la cual yo me extendería por primera vez (¿no he nacido además de una carne, dentro de ella, donde me extendí antes de entrar en el más mínimo mundo?). No me libero ni puedo volverme yo mismo más que tocando otra carne.
¿Y dónde podría hacer lugar la otra carne a la mía, sino en ella? Como el mundo no hace lugar, otra carne debe hacérmelo, pegándose contra mí, dejándome llegar a ella, dejándome penetrar. Siento a la vez mi carne y la otra, y siento además que no se me resiste (que no puede hacerlo, porque no quiere), que me pone en su lugar, me ubica y se deja invadir sin defensa. Al entrar en la carne ajena, salgo del mundo y me convierto en carne dentro de su carne, carne de su carne (Gn 2,24).
"Los amantes gozan y perduran cuando saben que todavía no (se) sienten sintiéndo(se) a fondo, porque el fondo los detendría (los limitaría) como un bajo fondo donde se encalla".